La auténtica grandeza está en el que hace su mayor sacrificio por el bienestar de su hijo, en el que cuenta un cuento, juega un partido de fútbol, mira un cuaderno y lo ayuda con la tarea.
También son para nosotros -los hijos- la seguridad, muchas veces el límite tan necesario, el sostén no sólo de la familia, sino de nosotros mismos.
No importa la edad que tengan, no importa la que tengamos. Papás, siempre papás. Grandes de alma, con el corazón gigante, los brazos siempre dispuestos a recibirnos en un cálido abrazo.
Por eso, a todos los papás, los de sangre, los del corazón, quienes están aquí y quienes se han ido sólo en apariencia, quienes luchan, quienes acompañan, sostienen y nos dan la mano para transcurrir la vida, un inmenso GRACIAS que podría parecer pequeño si no fuera por el infinito amor con el que lo expresamos.
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